El primer observador lunar con telescopio fue el ingles Thomas Harriot que realizó los primeros dibujos de la Luna en Agosto de 1609. Unos meses mas tarde, hacia Noviembre de 1609, el “padre de la ciencia” Galileo Galilei comienza sus primeras observaciones con un telescopio diferenciando dos tipos de terreno diferentes en la superficie lunar. Por una parte regiones oscuras a las que denomino “maria”, creyendo que se trataba de grandes masas de agua y por otra formaciones montañosas a las que denominó “terrae”.
Según el tamaño, los “maria” se dividen en océanos, mares, golfos o bahías, lagos y pantanos. Los mares representan el 15% de la superficie lunar y se concentran mayoritariamente en el hemisferio visible. Se trata de grandes extensiones de roca basáltica producidas por el impacto de meteoritos que perforaron la corteza lunar, permitiendo la salida de la lava que inundó grandes superficies de terreno.

Las bahías se formaron por grandes impactos que posteriormente se fueron rellenando parcialmente dando lugar a vistosos golfos. La más representativa de todas las bahías es Sinus Iridum.
Los lagos y pantanos que se formaron en la superficie lunar tienen el mismo origen de los mares, únicamente se diferencian que la superficie inundada es menor.

Centrándonos en la denominada “terrae”, las formaciones más abundantes que encontramos son los cráteres (del griego krather, copa) debido a la forma cóncava que poseen. Dependiendo de su tamaño se pueden clasificar en cuatro grupos:
1- Cratercillos hasta un kilómetro de diámetro.

2- Cráteres propiamente dichos, con una forma cóncava entre 1 y 20 kilómetros de diámetro.
3- Formaciones entre 20 y 100 kilómetros de diámetro que presentan tres partes muy diferenciadas: vertientes exteriores, paredes internas y el fondo que suele ser plano (pudiendo contener montaña/s central/es).

4- Planicies o llanuras amuralladas con diámetros superiores a los 100 kilómetros. Son gigantescos cráteres generalmente muy desgastados, conteniendo en su interior cráteres, colinas, montañas y grietas.

El denominador común de los cráteres es su forma circular, encontrándose en algunos de ellos montañas o macizos centrales que le dan un aspecto imponente. También pueden albergar en su interior pequeños cráteres y grietas. Por otro lado tenemos los llamados cráteres “fantasmas”, formaciones inundadas total o parcialmente de lava en la que apenas es posible ver sus paredes exteriores.

Además de los cráteres, en la denominada “terrae” aparecen numerosas formaciones interesantes como:
–Cadenas montañosas o cordilleras similares a las de la Tierra, aunque proporcionalmente al tamaño de los dos astros son mucho más elevadas en la Luna. Un ejemplo de ello son los montes Leibnitz con una altura de 8500 metros. Generalmente las cordilleras se encuentran situadas junto a los mares.

-Fallas tectónicas. No son abundantes en nuestro satélite pero si que hay claros ejemplos como Rupes Recta, una falla de 110 kilómetros y curiosamente con un desnivel de solamente 40 grados.

-Grietas y hendiduras en ocasiones sinuosas con una longitud que superan en muchos casos los 200 kilómetros. También es posible observar sistemas ramificados de grietas.

–Valles que no lo son, en realidad son grandes llanuras en las que aparecen varios cráteres alineados formando un pseudo valle con un fondo irregular. El valle más representativo de nuestro satélite es Vallis Alpes y precisamente se trata de una fosa tectónica.

–Dorsas marinas que se formaron por la comprensión de la lava al enfriarse, formando unos pliegues sobre la superficie de los mares y que dan un aspecto de olas en alta mar.

-Cadenas de cráteres formadas por impactos múltiples sobre la superficie lunar.

-Promontorios que se alzan majestuosamente frente a los mares de lava.

-Domos, formaciones lunares de origen volcánico que consisten en colinas redondeadas con un diámetro que varían entre los 2 y 60 km con una altura que no llega a superar en la mayoría de los casos 1000 metros. En su cima algunos domos llegan a presentar un pequeño cráter.
